lunes, 21 de enero de 2013

Me Interesa Estudiar Donde Oscurece (M.I.E.D.O.)



El lugar me generó incertidumbre desde el principio. Se trataba de una casa solitaria, enclavada en un valle, de gran belleza, eso sí. Pero lejana y extraña.
Rodeaba a lo lejos por un bosque inmenso, cuajado de árboles octogenarios y frondosos.

Lo cierto es que, mi jefa, decidió que nos inspiraría aquel lugar solitario y alejado de todo. Que descubriríamos nuestros miedos ancestrales y lo plasmaríamos en la historia con más facilidad. 
-Estaréis más tranquilos- nos dijo. Pero yo no quería “tanta” tranquilidad.
Curiosa manera de lograr de nosotros un texto. 

Total, ¿que importaba?, todas las películas de miedo eran iguales. Un poco de sangre, unos cuantos gritos y unos protagonistas confiados y poco precavidos.
Estaba todo escrito. ¿En que pensaba que íbamos a innovar?.

Solo era cuestión de tiempo acabar el guión para aquella película de serie B.
Incluso el título era ridículo,“Me Interesa Estudiar Donde Oscurece”. Habían formado un acrónimo con las palabras y el resultado era MIEDO.

Pero, ¿a que mente pensante se le había ocurrido aquello?.

Llegamos el viernes a última hora y estaba anocheciendo.
Los dueños de la vivienda nos esperaban en la puerta de entrada. 
La casa era increíble.

Toda ella era transparente, no tenía paredes, sino enormes cristaleras unidas por vigas de acero. Me parecía imposible que se pudiese sostener y que tuviera la firmeza que el abrupto paisaje requería. 
Tanto cristal… parecía frágil. 


Sólo la gran puerta de entrada era de madera. Rígida y esbelta, increíblemente majestuosa. 

La abrieron para nosotros y comenzaron a encender las luces de la vivienda.
La iluminación era exagerada, totalmente desproporcionada. Aquella casa solitaria iluminaba todo el valle. Eso me pareció estupendo. La oscuridad siempre me daba miedo. 

De niña solía encender todas las luces de la casa cuando me quedaba sola. Aprendí a controlarlo con los años, pero aún, en la oscuridad de la noche, siento un resquicio de temor, ancestral, primario.

Al principio sólo tuve una sensación de destemplanza. 
No lo reconocí de inmediato, pensaba que era por que había descendido la temperatura exterior. Además, la casa estaba sin habitar y resultaba fría.
Decidimos encender la gran chimenea del salón. Estratégicamente colocada en el centro, como lugar de reunión de una tribu india. 

De diseño vanguardista, se elevaba hacia el techo de la casa atravesando las dos plantas de altura de la estancia.
Aquello y las bromas de mis compañeros, caldearon enseguida el ambiente y me olvidé de mi presentimiento.

El hecho de haber vivido una situación traumática, te marca para siempre.
Yo no podía evitar captar ciertas sensaciones, que se manifestaban en mi mente con total nitidez, ajenas a mi consciencia.
Intentaba llevar una vida normal y nunca comentaba mi experiencia de hacía ocho años. De hecho, prácticamente estaba borrada de mi memoria. Sólo en contadas ocasiones tenía premoniciones que, pese a mis intentos, no podía controlar ni desterrar de mi cerebro.
Por eso, no le dí importancia a aquel presentimiento y empecé a encontrarme mejor cuando mi chico y su amigo loco, nos sirvieron la primera cerveza.
            -Creo que deberíamos cenar y acostarnos pronto si queremos empezar el trabajo a primera hora de la mañana- comenté, cansada y perezosa.
            -¿Pero qué dices?- espetó Rebeca –las historias de miedo se escriben de noche.
            -Y otras cosas más divertidas también…– rió Jorge, al tiempo que se bebía de un trago el botellín de cerveza y le dedicaba a su chica un guiño pícaro.
Supe enseguida que la noche sería larga y la venganza por tener que trabajar el fin de semana, estaba servida.
Fiesta, comida y bebida, sexo, risas. Tampoco era mal plan, siempre y cuando nos diese tiempo también a terminar la historia.
Decidimos entonces preparar un poco de cena y reunirnos junto a la chimenea para encontrar, entre todos, el desenlace para el guión.
Nos repartimos las tareas y casi sin querer, me tocó salir a por la leña al cobertizo. 
         -Yo voy preparando las pizzas - dijo Jorge - que para eso estuve dos años de erasmus en Florencia. Lo sé todo de la mozzarella y el pepperoni.
           -Pues yo no pienso salir - inquirió Rebeca - tengo los pies helados. Iré deshaciendo las maletas.
Y mientras tanto, Álvaro, ya estaba preparando el equipo en la zona de trabajo. Un montón de cables que interconectaban los portátiles, para trabajar, con la ultima tecnología vía satélite, allí, perdidos en mitad del bosque. ¡Que ironía!.
En aquel valle remoto, iluminado por una casa de cristal.
Es curioso, pensé, soy la más miedosa y tengo que ir YO.

Tomé un cesto que había junto a la chimenea y salí al exterior por la gran puerta de madera. La dejé entreabierta, sólo una rendija, no quería que la casa perdiese su calor.
Fuera, estaba helando y sentí un estremecimiento de frío en mi cuerpo. Note como se erizaba el vello en mis brazos y mi aliento se transformaba en una nube tibia de vapor.
No tuve la precaución de ponerme el abrigo y llevaba únicamente una camisa de algodón, los vaqueros y las botas de media caña, regalo de Álvaro.
En realidad tuve otra impresión, además de la de frío, otra vez la que sentí al llegar.

No podía entenderlo, normalmente sólo me pasaba una vez y después no se repetía en meses.
Eso me desconcertó y por un momento pensé en volver a la casa y cerrar aquella puerta hasta el día siguiente. Pero no había leña suficiente dentro para toda la noche. Y, además, ¿qué les diría?, que estaba asustada, que había sentido…algo.
Era ridículo. Se reirían de mi y ya estaba harta de ser el centro de las bromas y de preocuparme por cosas que, (como me reprochaba Álvaro) después no sucedían.
Caminé despacio hacia la parte trasera de la casa, retándome a mi misma a no correr presa del pánico, a controlar mis instintos y sobreponerme al miedo.
            -NO pasa nada - me repetía una y otra vez - no seas tonta.
La noche era preciosa, ciertamente. El cielo tachonado de estrellas, en luna menguante… sólo un oscuro cielo con puntos brillantes.
Me sentí mas tranquila.
Era curioso, veía a través de los cristales de la casa lo que sucedía en el interior.
Primero ví a Jorge, que canturreaba en la cocina “Fígaro, Fígaro…”, mientras le daba vueltas con una sola mano a la masa de la pizza que después nos comeríamos todos juntos.
Le sonreí y me contestó con un sonoro “buona sera signorina”, con ese acento italiano venido a menos que tanto nos hacía reír.
En el salón estaba Álvaro “enredando” con los portátiles. Toque con mis nudillos en el grueso cristal y él, sonriente, me lanzó un cálido beso.
Seguí caminando, me separaban pocos metros del cobertizo, veía el montón de leña, perfectamente apilado, ordenado como un Tetris.
Levanté la vista al cielo e inspiré con intensidad el aire húmedo y limpio que venía del bosque. Aquel perfume penetró hasta el último de mis alveolos y me inundó de paz. Me hizo sentir bien, segura, no temerosa como otras veces.
Miré a mi derecha y vi a Rebeca. Estaba en la habitación del fondo, colocando sus trapitos en el armario, me saludó con la mano.
Yo respondí con un ademán de saludo y entonces… me extrañó su reacción.

De repente, pareció ponerse tensa, abrió los ojos con una expresión de profundo estupor y desconcierto y retrocedió unos pasos.
Entonces lo sentí. Antes incluso de girarme, sabía que estaba allí.
Aquello que había sentido, aquel presentimiento, no era un error.
Mi cerebro solo quería prevenirme, no engañarme. Fui una necia, no interpreté las señales y pagaría el precio.
Me giré lentamente y entonces tuve una percepción nítida y real de la situación.
Atenazada por el miedo más profundo y visceral, intenté moverme, huir.
Sentí entonces la fuerza de la gravedad en toda su expresión, fuerte e implacable. Me había clavado en la tierra húmeda y resbaladiza, y no me dejaba marchar.
El pánico se apodero de mí, tuve una sensación de inmovilidad que me recorrió la columna de arriba a abajo. Estaba paralizada por una opresión, atenazada por el miedo.
Intenté alejarme despacio, sin dejar de mirar aquellos ojos teñidos de un naranja intenso, penetrantes, vidriosos. Mis piernas no me respondían, inerte y temblorosa, ví pasar por delante de mis ojos, como en una moviola, la película de mi vida.
Después oí su respiración, profunda, gruesa, aterradora. Aquello NO era de este mundo.
Sabía que estaba en el lugar equivocado desde el principio.
Paralizada hasta el extremo de la total fragilidad. Sentí como si mi cuerpo fuese a romperse por la tensión. Agarrotada de pies a cabeza, rígida, mi cuerpo inundado de pánico. Mi corazón, palpitaba con tal violencia, que sentí que se colapsaría en cualquier momento.
Tuve una sensación de muerte inminente, que nunca antes había experimentado.
YO lo había traído, y sólo YO era su objetivo. Me necesitaba para volver al lugar del que le había sacado.

Su tamaño y envergadura me sorprendieron, era un animal inmenso y desproporcionado. Su pelaje parecía áspero y rudo, grueso y enmarañado, entrecano.
Tenía un hocico prominente y rojizo, húmedo. De sus largos colmillos goteaba una saliva viscosa y maloliente.
Sus garras semejaban puñales, parecían desgarrar la tierra sólo con pisarla. Sobre su lomo un abultamiento de músculo recio cubierto de piel y pelo le conferían un aspecto siniestro y aterrador.
Sus ojos, clavados en los míos,  ardían en un fuego brillante e hipnótico. Los mismos ojos…

Todo sucedió en una fracción de segundo, el tiempo justo que tardo Rebeca en proferir el más agudo y penetrante de los gritos que jamás he escuchado.
Un llanto quebrado por el miedo, oprimida su garganta por la tensión. Su voz se desgarró, rota de pánico y desconcierto.

-¡Oh, Dios mío!- pensé.- Otra vez no.

Entonces dejó de mirarme, levantó la cabeza y desapareció entre la frondosidad del bosque. Destruyendo a su paso árboles y ramas, en una huida feroz.

Yo seguía allí, paralizada, descompuesta. Mis piernas se quebraron y caí desplomada, justo en el momento en que Álvaro extendía sus brazos y me recogía.
Había vuelto a suceder, los recuerdos atormentaron mi cerebro aturdido. Veía fogonazos de lo sucedido ocho años atrás.
Nada volvería a ser como antes.
Me sentí segura y me abandoné a la inconsciencia. Mi cuerpo, aún tembloso por el pánico, se relajó y se dejo llevar.

…lo dejamos todo allí, simplemente subimos en el coche y nos marchamos. No sabíamos muy bien como había pasado pero no teníamos intención de descubrirlo.
Solo queríamos irnos lejos.

Pero yo sabía que era cuestión de tiempo, que volvería a por mí, que no podría esconderme.
Al menos, NO EN ESTE MUNDO.


Relato presentado al III CONCURSO DE RELATOS CORTOS DE TERROR H DE HUMANIDADES



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