El lugar me generó incertidumbre desde el
principio. Se trataba de una casa solitaria, enclavada en un valle, de gran
belleza, eso sí. Pero lejana y extraña.
Rodeaba a lo lejos por un bosque inmenso,
cuajado de árboles octogenarios y frondosos.
Lo cierto es que, mi jefa, decidió que nos
inspiraría aquel lugar solitario y alejado de todo. Que descubriríamos nuestros
miedos ancestrales y lo plasmaríamos en la historia con más facilidad.
-Estaréis más
tranquilos- nos dijo. Pero yo no quería “tanta” tranquilidad.
Curiosa manera de lograr de nosotros un
texto.
Total, ¿que importaba?, todas las películas
de miedo eran iguales. Un poco de sangre, unos cuantos gritos y unos protagonistas
confiados y poco precavidos.
Estaba todo escrito. ¿En que pensaba que
íbamos a innovar?.
Solo era cuestión de tiempo acabar el guión
para aquella película de serie B.
Incluso el título era ridículo,“Me Interesa
Estudiar Donde Oscurece”. Habían formado un acrónimo con las palabras y el
resultado era MIEDO.
Pero, ¿a que mente pensante se le había
ocurrido aquello?.
Llegamos el viernes a última hora y estaba
anocheciendo.
Los dueños de la vivienda nos esperaban en la
puerta de entrada.
La casa era increíble.
Toda ella era transparente, no tenía
paredes, sino enormes cristaleras unidas por vigas de acero. Me parecía
imposible que se pudiese sostener y que tuviera la firmeza que el abrupto
paisaje requería.
Tanto cristal… parecía frágil.
Sólo la gran puerta de entrada era de
madera. Rígida y esbelta, increíblemente majestuosa.
La abrieron para nosotros y comenzaron a
encender las luces de la vivienda.
La iluminación era exagerada, totalmente
desproporcionada. Aquella casa solitaria iluminaba todo el valle. Eso me pareció
estupendo. La oscuridad siempre me daba miedo.
De niña solía encender todas las luces de
la casa cuando me quedaba sola. Aprendí a controlarlo con los años, pero aún,
en la oscuridad de la noche, siento un resquicio de temor, ancestral, primario.
Al principio sólo tuve una sensación de destemplanza.
No lo reconocí de inmediato, pensaba que era por que había descendido la
temperatura exterior. Además, la casa estaba sin habitar y resultaba fría.
Decidimos encender la gran chimenea del salón.
Estratégicamente colocada en el centro, como lugar de reunión de una tribu
india.
De diseño vanguardista, se elevaba hacia el
techo de la casa atravesando las dos plantas de altura de la estancia.
Aquello y las bromas de mis compañeros,
caldearon enseguida el ambiente y me olvidé de mi presentimiento.
El hecho de haber vivido una situación
traumática, te marca para siempre.
Yo no podía evitar captar ciertas
sensaciones, que se manifestaban en mi mente con total nitidez, ajenas a mi consciencia.
Intentaba llevar una vida normal y nunca comentaba
mi experiencia de hacía ocho años. De hecho, prácticamente estaba borrada de mi
memoria. Sólo en contadas ocasiones tenía premoniciones que, pese a mis
intentos, no podía controlar ni desterrar de mi cerebro.
Por eso, no le dí importancia a aquel
presentimiento y empecé a encontrarme mejor cuando mi chico y su amigo loco,
nos sirvieron la primera cerveza.
-Creo
que deberíamos cenar y acostarnos pronto si queremos empezar el trabajo a
primera hora de la mañana- comenté, cansada y perezosa.
-¿Pero
qué dices?- espetó Rebeca –las historias de miedo se escriben de noche.
-Y
otras cosas más divertidas también…– rió Jorge, al tiempo que se bebía de un
trago el botellín de cerveza y le dedicaba a su chica un guiño pícaro.
Supe enseguida que la noche sería larga y
la venganza por tener que trabajar el fin de semana, estaba servida.
Fiesta, comida y bebida, sexo, risas.
Tampoco era mal plan, siempre y cuando nos diese tiempo también a terminar la
historia.
Decidimos entonces preparar un poco de cena
y reunirnos junto a la chimenea para encontrar, entre todos, el desenlace para
el guión.
Nos repartimos las tareas y casi sin
querer, me tocó salir a por la leña al cobertizo.
-Yo
voy preparando las pizzas - dijo Jorge - que para eso estuve dos años de
erasmus en Florencia. Lo sé todo de la mozzarella y el pepperoni.
-Pues
yo no pienso salir - inquirió Rebeca - tengo los pies helados. Iré deshaciendo
las maletas.
Y mientras tanto, Álvaro, ya estaba
preparando el equipo en la zona de trabajo. Un montón de cables que
interconectaban los portátiles, para trabajar, con la ultima tecnología vía
satélite, allí, perdidos en mitad del bosque. ¡Que ironía!.
En aquel valle remoto, iluminado por una
casa de cristal.
Es curioso, pensé, soy la más miedosa y
tengo que ir YO.
Tomé un cesto que había junto a la chimenea
y salí al exterior por la gran puerta de madera. La dejé entreabierta, sólo una
rendija, no quería que la casa perdiese su calor.
Fuera, estaba helando y sentí un estremecimiento
de frío en mi cuerpo. Note como se erizaba el vello en mis brazos y mi aliento
se transformaba en una nube tibia de vapor.
No tuve la precaución de ponerme el abrigo
y llevaba únicamente una camisa de algodón, los vaqueros y las botas de media
caña, regalo de Álvaro.
En realidad tuve otra impresión, además de
la de frío, otra vez la que sentí al llegar.
No podía entenderlo, normalmente sólo me
pasaba una vez y después no se repetía en meses.
Eso me desconcertó y por un momento pensé
en volver a la casa y cerrar aquella puerta hasta el día siguiente. Pero no había
leña suficiente dentro para toda la noche. Y, además, ¿qué les diría?, que
estaba asustada, que había sentido…algo.
Era ridículo. Se reirían de mi y ya estaba
harta de ser el centro de las bromas y de preocuparme por cosas que, (como me
reprochaba Álvaro) después no sucedían.
Caminé despacio hacia la parte trasera de
la casa, retándome a mi misma a no correr presa del pánico, a controlar mis
instintos y sobreponerme al miedo.
-NO
pasa nada - me repetía una y otra vez - no seas tonta.
La noche era preciosa, ciertamente. El
cielo tachonado de estrellas, en luna menguante… sólo un oscuro cielo con
puntos brillantes.
Me sentí mas tranquila.
Era curioso, veía a través de los cristales
de la casa lo que sucedía en el interior.
Primero ví a Jorge, que canturreaba en la
cocina “Fígaro, Fígaro…”, mientras le daba vueltas con una sola mano a la masa
de la pizza que después nos comeríamos todos juntos.
Le sonreí y me contestó con un sonoro “buona
sera signorina”, con ese acento italiano venido a menos que tanto nos hacía reír.
En el salón estaba Álvaro “enredando” con
los portátiles. Toque con mis nudillos en el grueso cristal y él, sonriente, me
lanzó un cálido beso.
Seguí caminando, me separaban pocos metros
del cobertizo, veía el montón de leña, perfectamente apilado, ordenado como un
Tetris.
Levanté la vista al cielo e inspiré con intensidad
el aire húmedo y limpio que venía del bosque. Aquel perfume penetró hasta el
último de mis alveolos y me inundó de paz. Me hizo sentir bien, segura, no
temerosa como otras veces.
Miré a mi derecha y vi a Rebeca. Estaba en
la habitación del fondo, colocando sus trapitos en el armario, me saludó con la
mano.
Yo respondí con un ademán de saludo y entonces…
me extrañó su reacción.
De repente, pareció ponerse tensa, abrió
los ojos con una expresión de profundo estupor y desconcierto y retrocedió unos
pasos.
Entonces lo sentí. Antes incluso de
girarme, sabía que estaba allí.
Aquello que había sentido, aquel
presentimiento, no era un error.
Mi cerebro solo quería prevenirme, no
engañarme. Fui una necia, no interpreté las señales y pagaría el precio.
Me giré lentamente y entonces tuve una
percepción nítida y real de la situación.
Atenazada por el miedo más profundo y
visceral, intenté moverme, huir.
Sentí entonces la fuerza de la gravedad en
toda su expresión, fuerte e implacable. Me había clavado en la tierra húmeda y
resbaladiza, y no me dejaba marchar.
El pánico se apodero de mí, tuve una sensación
de inmovilidad que me recorrió la columna de arriba a abajo. Estaba paralizada
por una opresión, atenazada por el miedo.
Intenté alejarme despacio, sin dejar de
mirar aquellos ojos teñidos de un naranja intenso, penetrantes, vidriosos. Mis
piernas no me respondían, inerte y temblorosa, ví pasar por delante de mis
ojos, como en una moviola, la película de mi vida.
Después oí su respiración, profunda,
gruesa, aterradora. Aquello NO era de este mundo.
Sabía que estaba en el lugar equivocado
desde el principio.
Paralizada hasta el extremo de la total
fragilidad. Sentí como si mi cuerpo fuese a romperse por la tensión. Agarrotada
de pies a cabeza, rígida, mi cuerpo inundado de pánico. Mi corazón, palpitaba
con tal violencia, que sentí que se colapsaría en cualquier momento.
Tuve una sensación de muerte inminente, que
nunca antes había experimentado.
YO lo había traído, y sólo YO era su
objetivo. Me necesitaba para volver al lugar del que le había sacado.
Su tamaño y envergadura me sorprendieron, era
un animal inmenso y desproporcionado. Su pelaje parecía áspero y rudo, grueso y
enmarañado, entrecano.
Tenía un hocico prominente y rojizo, húmedo.
De sus largos colmillos goteaba una saliva viscosa y maloliente.
Sus garras semejaban puñales, parecían
desgarrar la tierra sólo con pisarla. Sobre su lomo un abultamiento de músculo
recio cubierto de piel y pelo le conferían un aspecto siniestro y aterrador.
Sus ojos, clavados en los míos, ardían en un fuego brillante e hipnótico. Los
mismos ojos…
Todo sucedió en una fracción de segundo, el
tiempo justo que tardo Rebeca en proferir el más agudo y penetrante de los
gritos que jamás he escuchado.
Un llanto quebrado por el miedo, oprimida
su garganta por la tensión. Su voz se desgarró, rota de pánico y desconcierto.
-¡Oh, Dios mío!- pensé.-
Otra vez no.
Entonces dejó de mirarme, levantó la cabeza
y desapareció entre la frondosidad del bosque. Destruyendo a su paso árboles y
ramas, en una huida feroz.
Yo seguía allí, paralizada, descompuesta.
Mis piernas se quebraron y caí desplomada, justo en el momento en que Álvaro extendía
sus brazos y me recogía.
Había vuelto a suceder, los recuerdos
atormentaron mi cerebro aturdido. Veía fogonazos de lo sucedido ocho años
atrás.
Nada volvería a ser como antes.
Me sentí segura y me abandoné a la
inconsciencia. Mi cuerpo, aún tembloso por el pánico, se relajó y se dejo
llevar.
…lo dejamos todo allí, simplemente subimos
en el coche y nos marchamos. No sabíamos muy bien como había pasado pero no teníamos
intención de descubrirlo.
Solo queríamos irnos lejos.
Pero yo sabía que era cuestión de tiempo,
que volvería a por mí, que no podría esconderme.
Al menos, NO EN ESTE MUNDO.