Tus pasos recorrían la calle en dirección contraria. Aquella en la que nos conocimos y recorrimos tantas veces juntos, cogidos de la mano.
Tu
silueta, fusionada entre las partículas etéreas de la densa niebla, me pareció
desconocida. Todo se desdibujaba, delante de mí.
Había
recorrido tu cuerpo infinitas veces y ahora, parecías un extraño.
Ni
siquiera volviste la vista atrás.
Desde
arriba, a cada lado de la calle, las farolas, soberbias y orgullosas, eran
testigos de tu marcha.
Me
pareció estar en un mundo irreal, alternativo. En un limbo inmaterial, sola.
¿Dónde estaba el sol?. No podía verlo.
Te
llamé a gritos, pero ni siquiera yo oí mi voz. Era definitivo, rotundo.
Noté,
de repente, una calida humedad cayendo por mi mejilla, hasta la comisura de mis
labios.
Creí
que era la niebla la que me mojaba la cara… pero era la única lágrima que
derrame por ti.