Recuerdo
perfectamente aquella sensación en el paladar.
El
sabor me recordaba a mi infancia, cuando mi abuela nos daba galletas para
“mojar” en el vino dulce.
Ahora
los niños no beben, pero es que yo pertenezco a otra época.
Aquel
vino de Jerez, puro viejo, podía casi masticarse. Tenía un cuerpo de textura
como melosa y un sabor que te calentaba el alma y te transportaba en el tiempo.
Y
en el espacio, porque menudo sitio aquel, la bodega “El Castillito”. Un lugar
indescriptible, donde el tiempo había detenido su paso. Anclado en el pasado.
Con una luz peculiar, un olor a vino dulce que lo inundaba todo y una estampa
como de pintura costumbrista.
Bebimos
juntos, cuatro amigos, brindamos por los buenos ratos pasados en compañía. Las
cosas cambian, pero aquel momento nadie nos lo quitara. Dejo su impronta.
Disfrutamos
mucho de aquellos días, de nuestras parejas, de la gente, acogedora, del clima,
del vino generoso, de la vida.
Relato presentado al I CERTAMEN DE MICRORRELATOS
“CARDENAL MENDOZA”
Tengo el mismo recuerdo. Las galletas y el vino dulce iban acompañados de una familia numerosa, risas, encuentros y una infancia que no cambio por nada.
ResponderEliminarLa infancia es el lugar de la memoria en el que guardamos los tesoros más preciados. Sin duda.
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