Galia caminó despacio atravesando la sinuosa pasarela. A
cada paso que daba estaba más cerca de él pero, tan lejos aún. Notaba la
humedad en su rostro, la humedad salada del agua que se mecía tranquila bajo
los “ojos” del camino.
Siguió avanzando, paso a paso. Se le antojaba lejano el
final, el punto donde él esperaba.
Rozó su mejilla, húmeda, ¿acaso las gotas de mar se posaban
en ella?
No quería llorar por él, era la bruma marina lo que apartaba
de su cara. Seguro.
Estaba cerca, llegando, sólo unos pasos más y estarían
juntos.
De pronto, la mar, hasta entonces tranquila, arrancó con una
ola quebrada la imagen de aquél que le estaba esperando.
Y todo volvió a estar en calma.
En ese mismo momento despertó y fue consciente de que, de
sus ojos, manaba un húmedo lamento.
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