En un país en el que los niños no pueden creer en las hadas... vivía
Addae, un pequeño de abdomen abombado y mirada triste.
Contaba con apenas tres años y en su corta vida, sólo había conocido la
pena y el sufrimiento.
En su país, los niños se morían por desnutrición antes de cumplir los 5
años, le quedaba poco tiempo (o no) y quería aprovecharlo.
Addae esperaba en su aldea la llegada de “la gente blanca” que traía
comida y medicinas para él y sus hermanos.
Su madre estaba enferma y no podía cuidarles y su padre había muerto dos
años atrás, víctima de la malaria.
Estaban solos, pero cuando llegaba el camión con aquellas cajas de
cartón, se le alegraba la mirada.
Buscaba entre la gente a su hada.
Ella era voluntaria de la ONG que atendía a aquel grupo de niños. Les
había traído unos “palitos” para colorear sobre los trozos de cartón de
las cajas.
Dibujaban el cielo, el sol y un mundo de color dentro de su vida en
blanco y negro.
Por un instante, salían de su cautiverio y eran felices.
Addae soñaba con ir, algún día, al país de donde venía su hada, que
tenía siempre una sonrisa en sus labios rosados y la piel tan blanca
como la leche que había tomado del pecho de su madre.
En un país en el que los niños no pueden creer en las hadas, Addae sabía
que tenía a un hada sólo para EL.
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